El hombre es un niño en el cuerpo de un adulto y como tal no puede ponerle límites a su imaginación desbordante. Por eso decidió que su vida debía ser la del contador de historias y que el único universo posible para ellas era el de la fantasía. "No podría hacer otra cosa", afirma convencido. Al principio, tuvo que soportar que lo miraran como un bicho raro, y no por ese pelo antigravedad, ni porque su vestuario fuera un extenso catálogo de distintos tonos del negro, no. El tema era justamente... los temas. Ésos que elegía para hacer películas que parecía que no iban a gustarle a nadie, pero les gustaban a todos. Claro, ese rosario de historias inolvidables necesitaba un héroe a la altura de las circunstancias, alguien capaz de vestirse con las ropas más extravagantes y hacerlo con elegancia. Entonces, el hombre-niño se fijó en ese muchachito rebelde que caminaba por las calles del espectáculo como si los brillos y las luces no le importaran. Y lo tentó, le propuso probarse manos de tijera, dirigir la peor película de la historia, atrapar jinetes sin cabeza, tener una fábrica de chocolate y hasta casarse con fantasmas. El muchachito, que era rebelde pero con causa, vio en el hombre-niño a alguien capaz de ver donde otros son miopes. Por eso aceptó. Y como las almas de los dos se buscaron desde siempre hasta encontrarse en un mismo lugar, pronto se hicieron inseparables el uno para el otro. Hoy se entienden con una mirada. Por suerte, porque así podemos disfrutar bastante seguido de todos los mundos que nos regalan ellos, Tim Burton y Johnny Depp.
Demás está decir que el texto es del 2005, es que me encanta.
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